Se sentaban a la puerta. Sí, a la puerta, ni dentro ni fuera al borde de la calle en su acera.Las mujeres. Sólo las mujeres. Y sólo por la noche. Cuando el calor bajaba del aire a la tierra y el cielo se vestía de negro, como ellas. Cuando la rueda de las tareas quedaba suspendida hasta el día siguiente. Cuando ya nadie las reclamaba, ni siquiera ellas mismas. Cuando ya no quedaban intenciones en el mundo, al menos en su casa, hasta la mañana. Los jóvenes salían a disfrutar de las noches de verano y ellas, las mujeres que peinaban plata y vestían de sombra, se asomaban a su puerta, con su vaivén, su silla y su abanico. Y sin que nadie las llamase se iban congregando en la puerta, con sus sillas. La noche era su llamada y el olor a jazmín las guiaba. Para mí, aún ni joven ni vieja, era toda una delicia sentarme en la acera a beberme la noche con mi abuela y su consejo de sabias.
Published on 28 febrero, 2018
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